jueves, 21 de febrero de 2013

Las campanadas marcaron las diez, el eco quedaba.
La noche oscura se tornaba maliciosa, putrefacta... el veneno amargo quedaba en las entrañas.
La calma abrumaba.
El hedor de la batalla calaba los huesos.
La perdición lo celebraba.
Como un ángel negro vino,
como un amigo se acercó,
me miró fijamente y me besó.
El beso de la muerte me llevó.
La nada quedaba.

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